por Viento De La Mañana
Novela "El Río Oculto"
Capítulo VII
"Los Seres Invisibles"
-Soy- decía para sí- soy…
Con este pensamiento se interno en el agua, con el propósito de iniciar su práctica diaria de Tai Chi Chuan. Hace algunos años ya que practicaba esta disciplina, y realizarla en el monte era una de las mejores cosas que podía hacer. Penetró en el estanque hasta que el agua le llegó hasta las pantorrillas. La fina arena bajo sus pies, le resultaba agradable. Se puso de cara al Sol y comenzó. No hacía frío ni calor. Una brisa que no alcanzaba a mover el agua, acariciaba al río. El simplemente se dejaba llevar por su sentido interior, sin prestar especial atención, a nada en particular. Pasaba de un movimiento a otro, como quien observa la arena deslizarse entre sus dedos… hasta que percibió algo distinto. Al girar hacia el nordeste, vio unos arbustos extraños, del tamaño de un elefante bebé. Eran similares a las “Colas de zorro”, aunque no estaba seguro de que se tratara de esa especie. Sentía como si alguien lo estuviese observando desde allí, como si ese arbusto, fuera la casa de algún habitante del río. Siguió practicando, cuando de pronto percibió tres arbustos más, también con seres en su interior. Esas presencias sin embargo no interferían en la práctica, sino que simplemente observaban, como si les llamara la atención lo que estaba haciendo. Entonces se escucho aquella voz. Era una voz antigua, áspera pero dulce, como de un anciano: -Nos gusta eso que haces- dijo la voz-, hace mucho tiempo que nadie venía a visitarnos. El río es nuestro amigo, y ahora también es el tuyo. No te asustes si alguna vez, sus aguas se convierten en sangre. Recuerda que la sangre es vida, y la vida está más allá de la luz y de las sombras… no te asustes si tu mirada se transforma en fuego, recuerda que solo el fuego puede tocar al fuego sin quemarse… La voz fue desapareciendo, como las ondas en el agua, que deja una piedra al caer. El filósofo continuaba sumido en el vacío del Tai Chi Chuan, cuando otra cosa se presentó a sus sentidos. Al frente suyo, a unos quinientos metros, justo donde doblaba el río, empotrada entre los cerros, había una casita, humilde y diminuta. No se alcanzaba a ver si estaba o no habitada, pero su sola presencia allí, era sumamente misteriosa. Sobre todo teniendo en cuenta, que a pesar de todo el tiempo que había estado allí, solo recién al llegar al final de la práctica pudo verla, y luego de haber escuchado la voz del anciano. Un cierto aire de impudicia emanaba de aquella sombría casa. La práctica fue concluyendo, justo cuando el sol se ocultaba en el horizonte. El prisma celeste transfiguraba en mil tonalidades la luz, y fue este el final de la meditación.
El regreso al hogar fue pacífico. Degustó algunos frutos silvestres y aprovechó a recoger leña para la noche. A medida que se aproximaba, se empezaban a oír los tambores cada vez con mayor claridad. En su mente llevaba este pensamiento –Lentamente, el ritual recomienza su ciclo milenario.
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