por Viento De La Mañana
Sueños
La Música De Las Esferas

Al frente mío, detrás de una columna, como asomado desde una casita, hay un hombre igualmente sencillo escuchando la celestial música. Bruscamente Ptolomeo termina de tocar, guarda la cítara en su estuche y se va. Yo intento detenerlo, le pido que si puede seguir tocando un poco más. Me siento como si me hubieran quitado el aire, la vida. Pero Ptolomeo ni siquiera me mira y sigue su camino.
Entonces el hombre de la casita se acerca y me dice:<<- Ptolomeo es así, hace lo que quiere. >>
Yo me quedo como huérfano, era la mejor música que había escuchado en mi vida. Era como ser un haz de luz celestial.
Ptolomeo da una vuelta, baja la escalera, entra a un salón y al salir lleva un acordeón en sus manos. Intenta tocarlo pero esta roto y no suena bien. Tiene roto el diafragma y cuando lo aprieta hace el sonido como de un silbido. El hombre que conversaba conmigo se esconde detrás de la columna, en la casita y responde con un silbido idéntico. Alguien o algo me dice que es Pitágoras. Ptolomeo toca el acordeón y Pitágoras responde con un silbido idéntico. Un silbido lleno de aire como el canto de una serpiente. Están unos minutos con este diálogo de silbidos.
En un momento todo se detiene. Pitágoras me mira y me pregunta: << ¿Tomarías el vino esencial sin acompañarlo con nada de comer?>>
La pregunta venía a colación de que Ptolomeo tenía una botella de vino esencial casi llena, pero no la quería tomar ni compartir porque decía que no había nada para acompañarla.
Yo no se que responder, pero se ve que en mi rostro leyó las ganas de poder compartir el vino esencial. Entonces Pitágoras da una salto y una vuelta por detrás nuestro en el sentido contrario a las agujas del reloj. El lugar estaba poblado de hombres con túnicas simples, todos despojados, despreocupados, contemplativos, limpios. Ptolomeo, yo y otros más que estaban por ahí fuimos a buscar unas tablas y unos caballetes para disponer la mesa. En eso aparece Pitágoras trayendo más vino esencial y pan. Todos nos sentamos. Repartimos el pan y el vino. Todos estamos alegres por la sorpresa de este momento tan especial. Lo miro a Ptolomeo y el me dice feliz, medio en chiste :<< ¿Por que, nosotros los pobres no habríamos de tener el pensamiento limpio?>>
Yo me río, él también, todos reímos en esa mesa. Todos pobres, aparentemente, visto desde afuera, pero enormemente ricos interiormente.
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