Arte Dionisíaco
Liturgia Dionisíaca
(parte II)
Este descubrimiento de la propia unidad, es un proceso de desenmascaramiento, en el cual el actor se va despojando de los clichés, y de todo tipo de artificio que nublan su esencial unidad; por lo cual esta se convierte para él en una especie de desnudez, en la cual queda expuesto ante sus pares. Y aunque esto pueda traerle consecuencias traumáticas, el vacío que se va generando dentro suyo, se va convirtiendo poco a poco, en una especie de fortaleza que lo inmuniza contra los prejuicios morales de su época, y lo sitúa en una posición más favorable para trascenderse a sí mismo.
Actuar sin estar condicionado por los dictados morales de la sociedad, es fundamental en este teatro, ya que es el único modo de lograr la des personalización necesaria para alcanzar el éxtasis, y así fabricar el vino para beber de la copa de Dionisios.
El último paso es la unidad cósmica, lo cual requiere de un esfuerzo sobrehumano literalmente. Y este aspecto debido a la profundidad que encierra, queda por el momento en el plano de la conjetura, pues de realizarse de manera completa, implicaría que el actor partícipe del ritual, abandone su cáscara humana y pueda identificarse, por medio su total vacuidad, con la prístina esencia del universo, lo cual le permitiría acceder en conciencia al plano de lo desconocido. Presumiblemente esta identificación última, traería como consecuencia la trascendencia del espíritu a otros planos de lo real; a una dimensión diferente cuya realidad no podría siquiera ser captada por los parámetro del ser o el no ser, ya que trasciende cualquier tipo de dualidad.
De modo que la liturgia dionisíaca, tiene como fin el despojamiento total de lo superficial en el ser humano, para llegar a un vacío esencial, que es una especie de desnudez dramática, en donde el actor situado más allá de cualquier tipo de dualidad, se expande y accede a otro plano de la realidad, desconocido hasta ese momento.
La forma en que se dé esta liturgia es indefinida, y cobra realidad en el trabajo concreto del grupo, pues al buscar la unidad, trabajan sobre lo individual, y en la medida en que así lo hacen, reencuentran el sendero hacia la unidad primera. Lo que sí es algo definido es la práctica esencial de este ritual, que es el canto y el baile que permiten expresar la realidad interior, utilizando estas facultades dramáticas, para correr los velos que mantienen al actor ciego ante la unidad. ste, al bailar y al cantar se va despojando de todo lo que le impide alcanzar las esferas celestes de los dioses, y de esta liturgia surgen alternativamente la comedia y la tragedia. Porque el despojarse provoca un trágico desgarramiento interior, pero el haberse librado de la carga genera un regocijo de alegre comedia.
El actor dionisíaco se adentra en un mundo de opuestos, y lo hace internándose de lleno, pues es la única manera de acceder al tercer estado de la conciencia, que es el trascendente. Al penetrar en este camino comienza a vislumbrar que la risa y el llanto forjan los límites de su moral, aprendida en la sociedad. Comienza a experimentar estos dos estados como arquetipos de la humanidad que hay en él, y a través del trabajo sobre estos dos modos de ser comienza a descubrir el horizonte que debe atravesar. Y llegado a este punto se adentra en un mundo desconocido, que es el nivel donde los opuestos reabsorben en la unidad. Y es aquí cuando los parámetros de bien y mal, y en sí todos su referentes polares, se desvanecen dando paso a una nueva forma de actuar, que consiste en hacer lo necesario a partir de la situación planteada en el aquí y ahora. Lo abstracto de esta situación se debe a que la realidad se relativiza a punto tal, que la corrección de un acto se define por su profundidad y su sinceridad.
Bailar, danzar, y fabricar el vino espiritual. He ahí la liturgia dionisíaca en su prístina esencia. La forma concreta que tome se determinará siempre en el caso grupal, individual y puntual. Pero lo central es poder acceder, por medio del trabajo constante a la raíz de todo esto, para lo cual hacen falta de manera imprescindible tres pilares que sostengan el trabajo diario: ética, disciplina y paciencia.
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