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martes, 12 de abril de 2011

Novela "El Río Oculto" - Capítulo IX

por Viento De La Mañana

Novela "El Río Oculto"

Capítulo IX

Flashback
 
Zumbidos veloces comenzaron a oírse en el fuego. Las sombras comenzaron a agitarse en forma autónoma, y pronto se unieron a la danza como nuevos integrantes del festín. Los hermanos del Río doblaron su número. Las sombras bailaban entre sus dueños, pero con movimiento propio. La música los había conducido a un profundo trance y ahora todos estaban girando en remolino alrededor del fuego. Las sombras despegadas de sus cuerpos comenzaron a colarse por las orejas y la boca de sus dueños. Sus miradas cambiaron y sus voces comenzaron a resonar con un eco ancestral.
El filósofo dijo:

 
¡Oh Río, tú que todo lo sabes, eleva nuestra conciencia
Al estado de Fuego Profundo!
Y todos repitieron a coro:
¡Oh Río, tú que todo lo sabes!   
El filósofo dijo:
 
¡Oh Río, Padre y Madre de todas las cosas, te entrego mi corazón,
Para que lo devores con deleite!
Y Todos repitieron:
¡Oh Río, Padre y Madre de todas las cosas!
Y el filósofo dijo:
 
¡Oh Río, tú que con claridad ves los recónditos abismos del alma,
Penetra en mí y despierta el paraíso que se esconde en mi médula!
Y todos repitieron:
¡Oh Río, tú que con claridad ves los recónditos abismos del alma!

Y así, entre bailes, monótonas letanías y gritos desgarradores, cuyo protagonista era siempre el Río, el grupo de los hermanos se abría paso en la noche.  En un momento los cánticos cesaron y sólo los tambores y la guitarra llenaban las tinieblas. El paseador de perros comenzó a sentir que se desdoblaba y se veía a sí mismo tocando la guitarra a una velocidad inaudita. Luego de un anatema lanzado por el filósofo al vacío, se abrió un instante suspendido entre dos nadas… tras lo cual todas las cuerdas de la guitarra se cortaron de un solo golpe. El paseador de perros la miró y dijo :- Ya no me sirves más, ahora arderás junto a tus hermanas, leña del monte. Y arrojó la guitarra al fuego. Todos veían que la guitarra comenzaba a arder lentamente. Pero el filósofo se puso de pie, sacó la guitarra del fuego y se puso a tocar una vieja canción de los años `70. Todos siguieron como si nada hubiera pasado. Bailaban con lentos movimientos de algas de río, hipnotizados, con la mirada perdida en algún lugar lejano fuera de este mundo. Y poco a poco fueron durmiéndose. Por sus mentes cruzaban pensamientos extraños, viejos paisajes conocidos, símbolos familiares, cosas de otro tiempo… Se acostaron allí mismo, al costado del fuego, en el monte o a orillas del río. El cielo se aclaraba, y con la llegada del sol, las sombras comenzaron a disiparse.
Desde lo alto, los buitres veían a los hermanos desparramados por la playa y el monte, aquí y allá, durmiendo como troncos. Se acercaron para ver si estaban muertos, pero para desgracia suya no era el caso. Aun así no se alejaban, porque si bien respiraban, también era cierto que tenían el mismo olor putrefacto que presentaban los cadáveres de los que ellos se alimentaban.


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