por Uriel
Pasaban las horas, los minutos y nada se le ocurría. El frío se hacía sentir cada vez más en la estrellada noche. Muchas veces sus ojos parpadearon y se resistía a quedarse dormido. Le era urgente escribir ese cuento antes del cierre de la edición. Mientras tanto se quedó mirando la suave silueta de una fina botella de vino tinto.
De pronto se oscureció toda la casa y una tenue luz iluminó suavemente la botella desde adentro.
No entendiendo nada de lo que pasaba pensó que se había cortado la energía eléctrica, porque afuera en la calle había luz. Se refregó varias veces los ojos, pero estaba bien despierto… O quizás no.
Antes de que pudiese encender una vela hubo algo que lo estremeció. Desde adentro de la botella se escuchó un fuerte grito que lo dejo aterrado y frío. Luego de unos minutos se escucharon nuevamente los gritos y así durante un tiempo.
Diablo: -¡Tú, si tú, ven aquí! ¡Sácame de aquí dentro, es una orden!-
Escritor: ¿Y tú quién eres? ¿Qué has hecho para estar ahí?
Y el diablo respondió con firmeza: -Soy el Diablo. Necesito que me liberes.
Prometo darte las cosas más bellas que necesitas y todo lo que desees-
Escritor: -Eso sería una tragedia, para mí y mi diario ¡No lo haré! Contestó con temor el escritor pensando que todo era producto de su imaginación, o que bien estaba dormido.
Pero el diablo insistió a gritos, desesperadamente, que fuese liberado. No era tarea fácil para el escritor, dadas sus creencias, temores y necesidades, que el diablo bien conocía. El sabía que si lo liberaba, su vida, su diario, sus deudas y lo que más amaba en su vida, su trabajo, estarían mucho más comprometidos que antes. Aún así era muy difícil la situación en la que se encontraba. Estaba entre la espada y la pared.
Mientras tanto el diablo le rogaba que por Dios lo liberase, que abriera la botella, y que a cambio de ese inmenso favor blanquearía toda su vida, sus deudas y le haría encontrar a su gran amor.
El escritor sólo se dedicó a escucharlo y pensó que todo podría ser, y que todo podría suceder, pero tratándose del Diablo ¿Cómo acabaría su vida siendo esclavo de lo que no es?
A todo esto el diablo insistía una y otra vez diciendo que nada de lo que estaba pensando el escritor sucedería y que no se trataban de falsas promesas.
Fue entonces cuando el escritor comenzó a desconfiar ante lo dicho. Apenas podía reaccionar. Para él era toda una gran mentira.
Pero el diablo no se daba por vencido y sabía perfectamente que el escritor era capaz de dar la vida por sus ideales y que jamás se traicionaría así mismo. Pero este estaba tan aterrado que no se daba cuenta de que podía vencer al diablo. Todo era nada más ni nada menos que el dolor de una vieja historia que trataba de acorralarlo, y liberarlo podía servir de mucho o de nada; según como lo hiciese.
Lo primero que se le ocurrió fue dejar que el diablo continuase gritando por su liberación, hasta que se pusiera totalmente furioso, al borde de la locura. A la vez tratarlo con suavidad todo lo que pudiese, conteniéndolo pacientemente
Pero una vez más el diablo trato de engañarlo mostrándole todos los placeres de la vida, todo lo que había perdido lo habría de recuperar y todo lo que pretendía tener lo habría de conseguir y, por sobre todo, dinero por doquier, lo que siempre le faltó. Además de todo tipo de bienes materiales y posesiones. Pero el escritor no respondía, temblaba de pies a cabeza. Resistía lo más que podía sin rendirse.
Más pasaban los minutos, más encarnizada se hacía la lucha entre ambos. Hasta llegado el punto en que el escritor no pudo más y con sus ojos llenos de lágrimas, tomo el saca corchos y se dispuso a liberar al diablo. Tuvo tan mala suerte que cuando tomó la botella de vino al intentar clavar el sacacorchos, la botella estalló en mis pedazos y todos los espejos de su casa se rompieron.
Fue así como el escritor se liberó del diablo; de su propio diablo preso dentro de la botella de vino.
Envuelto en lágrimas y con las manos ensangrentadas, despertó el escritor; mientras asomaban los primeros rayos del sol que iluminaban todo su hogar por completo.
Sobre la mesa de su comedor se hallaba una botella de fino vino tinto, vacía y rota. Lo que se suponía que era un sacacorchos no lo era. En su lugar había una delicada daga de oro, que en la mañana del día anterior había comprado en una feria de antigüedades.
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