Soplan Vientos De Cambio...


miércoles, 18 de agosto de 2010

Cuento "El Prodigio" - Capítulo I - Parte II



por Azrael

Cuento "El Prodigio"

Capítulo I

2da. Parte






La reina, madre de Selene, la quería mucho, aunque tampoco la entendía ni hacía muchos esfuerzos por comprenderla, más allá de su forma de pensar. Constantemente traía doctores, los más afamados de la comarca, para atender a Selene, confiando en que ellos podrían llegar a descubrir la cura para su tristeza. ¡Qué ilusa su madre y qué ilusos los doctores! Su madre, por creer que la medicina tradicional podía curar a su hija, y los doctores, por no hacer que su arrogancia ceda el paso a la medicina del alma, verdadero remedio para la congoja de Selene. Ella, por no contradecir a su amada madre, acataba las prescripciones que los médicos le hacían, pero cuando ellos se iban, arrojaba por la ventana de su habitación, las medicinas que le recetaban. Selene amaba muchísimo a su madre, aunque sabía que se subordinaba a su padre, y justificaba su conducta diciendo: “Él es así...” No obstante, agachar la cabeza, no era lo que Selene tenía como filosofía de vida. Es más, ella era una joven distinta a todas las demás muchachas de su edad. Eso era lo que su padre tampoco entendía y que lo hacía enfurecer aún más. Él se ponía como ejemplo de ella, rememorando las cosas que él hacía, a la misma edad de ella. El rey no comprendía que eran otros tiempos y que él había decidido ser como todo el mundo quería que fuera. Más allá de amar mucho a su padre, Selene tenía otros planes para su vida.
Los días pasaban, siempre plomizos y grises, y las noches seguían mostrando la luna plateada que tanto miraba Selene, como en un cautivante hechizo. Todo seguía igual en el reino y en la vida de Selene. Ella era una muy buena alumna, amaba muchísimo a sus hermanos menores, tenía devoción por sus padres, pero su alma seguía apenada.
Un día como todos los demás, sin nada de especial, se presentó en palacio un joven llamado Sachiel. Sus vestimentas no eran parecidas a ninguna otra, que cualquier habitante del castillo hubiese visto antes en la comarca, por lo que muchos de los cortesanos dedujeron que era extranjero. Vestía ropas de color dorado, y el ropaje que llevaba, por debajo de estas, era turquesa brillante. Portaba una vara que terminaba en su extremo superior con este símbolo, que también se encontraba en sus vestiduras:



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