por Viento De La Mañana
Novela "El Río Oculto"
Capítulo III
"La Primera Noche"
El vino comenzó a correr y la gente se fue animando a bailar. El gallito se ocupaba de que el fuego sea cada vez más grande. Se había formado ya una banda de músicos que iban tomando un ritmo visceral. Los participantes de la fiesta hacían un baile circular alrededor del fuego. Espontáneamente cada uno iba recitando poemas o canciones inventadas, que por momentos ni siquiera tenían una letra, sino que simplemente eran sonidos surgidos como salían; fonemas sin depurar expandiéndose en la noche. Fue entonces cuando el paseador de perros tomó la guitarra, y acoplándose al hipnotismo de los tambores, comenzó a tocar una canción cuya letra decía algo así como:
Somos los duendes, amigos de las liendres,
Somos los duendes, nos comemos tus dientes,
Somos los duendes, amigos de las liendres,
Somos los duendes, nos comemos tus hijos.
Somos los duendes, nos comemos tus dientes,
Somos los duendes, amigos de las liendres,
Somos los duendes, nos comemos tus hijos.
Una sola nota que vibraba como una moto sierra decapitando las estrellas. Inmediatamente todos comenzaron a correr por todas partes, sin dirección ni propósito, impelidos por una fuerza extraña. El guitarrista giraba y se caía, todos estaban revolcados en el suelo, girando, rodando, reptando, saltando como ranas, graznando como patos, rugiendo como felinos, en cuatro patas, de cara al cielo, aullando como lobos. En medio de esa vorágine, surgido de alguna parte, apareció el malabarista ataviado como un romano del siglo I, llevaba una túnica blanca, una corona de laureles en su cabeza y en su mano una copa de vino. Inmediatamente todos lo bautizaron como Nerón, y le exigían que incendie el Río, el monte, el mundo; le exigían a gritos que incendie el universo. El los detuvo con un solo gesto de su mano, y todos quedaron inmóviles, menos el guitarrista que seguía rodando por la arena. Midió con la vista a su pueblo, y dijo alzando la copa en lo alto: ¡Continuad el festín!
Esas pocas palabras, bastaron para desatar una vorágine mas descontrolada que la anterior. Todos se entrelazaban y se arrojaban a la arena. La chica de los ojos azules tomó al chico más lindo, y comenzó a besarlo mientras rodaban anárquicamente. El cocinero se arrodilló junto al fuego y Nerón lo bautizaba echándole arena en la cabeza; a su vez que el cocinero tomaba arena con sus manos, y la arrojaba en la cabeza de Nerón, bautizándose mutuamente. Imperceptiblemente otro tema comenzó a propagarse entre los participantes. Esta vez el ritmo era más pesado y monótono. Su letra decía algo así:
Un hombre debajo de la lluvia… ¿Se moja o no se moja?
Un hombre de agua abajo de la lluvia… ¿Se moja o no se moja?
Un hombre de agua abajo de la lluvia… ¿Se moja o no se moja?
Todos repetían la frase incesantemente, acompañados por el ritmo de los tambores, semejantes al lento paso de un gigante. El grupo se movía cada vez más despacio. La chica de los ojos celeste se estaba besando, pero ya no con el chico más lindo sino con el artesano, camuflados entre unos arbustos cercanos y espinosos. Cada tanto, surgido de alguna parte, aparecía Nerón, y decía su frase más celebrada: ¡Continuad el festín…! y la fiesta seguía. Alienados como estaban estos jóvenes, no habían podido percatarse, de que entre las sombras, había movimientos que no se correspondían con los de las llamas del fuego. Eran los espíritus del monte que se habían acercado, para ver quienes eran los músicos que entonaban esas canciones que hace ya mucho tiempo no escuchaban cantar a nadie. Esas viejas melodías que muchos años atrás, ellos mismos habían entonado en compañía de estos jóvenes citadinos que hoy habían venido a su encuentro, aunque todavía no lo supieran.
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