por Viento De La Mañana
Novela "El Río Oculto"
Capítulo XI
El Báculo
Otro día en el río. Todos se manejan ora solos, ora en grupo. El fotógrafo y el filósofo salieron a caminar y cuando regresaron al campamento no encontraron a nadie. Sólo estaba la víbora que regresó para contarles que el resto estaba en la despensa que había a unos kilómetros de allí. Fueron con ella hasta la despensa, pero cuando estaban llegando todos estaban ya regresando. Los tres se quedaron al costado del río fumando y hablando. El fotógrafo había vivido en EE.UU. Allí tenía un 0km, jugaba al tenis y vivía en una residencia muy paqueta llena de modelos. Luego volvieron al campamento. En el camino se perdieron. Estaba muy oscuro y la víbora pese a que había vivido como cuatro meses allí no podía encontrar el camino. Oscuridad y pinches. Al fin llegaron y justo para la cena.
Anita y el enlazador de mundos habían cocinado un guiso. El paseador de perros, Pancho y el hombre que pregunta, buscaron leña. La chica linda y alguien más lavaron los platos. Y el resto no había hecho más que fumar, tocar algún instrumento o simplemente estar allí en silencio o hablando. Así era la organización política en aquel lugar. En realidad en ningún momento nadie había intentado organizar al grupo de ningún modo particular. Las cosas iban sucediendo y ese suceder era la única regla. Claro que había algunos problemas en esa falta de consenso explícito. Como por ejemplo cuando había que reunir el dinero para comprar la comida. El tarotista hizo una lista de nombres y estuvo como una hora diciendo “Acá está la lista. El que me puede ir alcanzando el dinero, hágalo.” Pero muchos se hicieron los distraídos y no le prestaban atención. De todos modos la comida se compró y todos terminaron aportando, menos Anita que no tenía dinero, pero el enlazador de mundos cubría su parte. Había tres tareas básicas: Buscar leña, cocinar y lavar. Estos roles eran ocupados por diferentes personas cada día, pero indefectiblemente alguien debía cumplirlos. Nadie era imprescindible en ninguno de los puestos y cada cual siempre hacía las cosas por voluntad propia. Todos en el fondo aceptaban esta organización espontánea, porque nadie quería imponer nada a nadie. Estaban cansados de las leyes citadinas, por lo cual ahora se dejaban sumergir en esta naturaleza sin resistencias. Sin saberlo concretamente, habían adoptado la naturaleza del río, que consistía en fluir, que llevada al terreno de la política, expresa “Hago lo que necesito”. Todos hacían lo que necesitaban y nadie estorbaba a nadie.
Había anunciada para esa noche una fiesta electrónica en medio de la montaña, en una reserva ecológica cerca de allí.
Todavía siendo de día, cuando rayaba el atardecer, todos estaban en el río, bañándose relajadamente. Gallito como siempre estaba haciendo o pensando alguna maldad. Lo que se le había ocurrido esta vez era tirar piedras que pasen cerca de los distraídos, lo cual era bastante peligroso porque eran piedras grandes. Pero el gallito se divertía aunque ya todos lo estuvieran mirando con cara de “no da lo que haces”. En una de esas lanzadas casi le rompe la cara al fotógrafo por lo cual se quedó un poco más tranquilo. En esa pausa vio algo… Un báculo del tamaño de un brazo humano, de una madera entre verde y amarilla, que descansaba bajo el agua entre las rocas. Al parecer lo había traído el río porque hasta el día anterior allí no había nada.
-¡Miren! Dijo el gallito. Es el báculo del poder. Y lo tomó alzándolo como si fuera un antiguo guerrero.
Todos observaban curiosamente aquel báculo. Esta aparición significó para todos un gran acontecimiento, por lo cual inmediatamente fueron y lo colocaron en el rancho, justo debajo de la máscara que habían colgado días antes en la parte central del living. Esos pocos días allí habían bastado para que este grupo de jóvenes alcancen la más ferviente idolatría por las cosas que aparecían de manera mágica. Adoraban a la máscara y ahora al Báculo. Habían aprendido a entablar una comunicación silenciosa con los seres de la naturaleza.
Anita y el enlazador de mundos habían cocinado un guiso. El paseador de perros, Pancho y el hombre que pregunta, buscaron leña. La chica linda y alguien más lavaron los platos. Y el resto no había hecho más que fumar, tocar algún instrumento o simplemente estar allí en silencio o hablando. Así era la organización política en aquel lugar. En realidad en ningún momento nadie había intentado organizar al grupo de ningún modo particular. Las cosas iban sucediendo y ese suceder era la única regla. Claro que había algunos problemas en esa falta de consenso explícito. Como por ejemplo cuando había que reunir el dinero para comprar la comida. El tarotista hizo una lista de nombres y estuvo como una hora diciendo “Acá está la lista. El que me puede ir alcanzando el dinero, hágalo.” Pero muchos se hicieron los distraídos y no le prestaban atención. De todos modos la comida se compró y todos terminaron aportando, menos Anita que no tenía dinero, pero el enlazador de mundos cubría su parte. Había tres tareas básicas: Buscar leña, cocinar y lavar. Estos roles eran ocupados por diferentes personas cada día, pero indefectiblemente alguien debía cumplirlos. Nadie era imprescindible en ninguno de los puestos y cada cual siempre hacía las cosas por voluntad propia. Todos en el fondo aceptaban esta organización espontánea, porque nadie quería imponer nada a nadie. Estaban cansados de las leyes citadinas, por lo cual ahora se dejaban sumergir en esta naturaleza sin resistencias. Sin saberlo concretamente, habían adoptado la naturaleza del río, que consistía en fluir, que llevada al terreno de la política, expresa “Hago lo que necesito”. Todos hacían lo que necesitaban y nadie estorbaba a nadie.
Había anunciada para esa noche una fiesta electrónica en medio de la montaña, en una reserva ecológica cerca de allí.
Todavía siendo de día, cuando rayaba el atardecer, todos estaban en el río, bañándose relajadamente. Gallito como siempre estaba haciendo o pensando alguna maldad. Lo que se le había ocurrido esta vez era tirar piedras que pasen cerca de los distraídos, lo cual era bastante peligroso porque eran piedras grandes. Pero el gallito se divertía aunque ya todos lo estuvieran mirando con cara de “no da lo que haces”. En una de esas lanzadas casi le rompe la cara al fotógrafo por lo cual se quedó un poco más tranquilo. En esa pausa vio algo… Un báculo del tamaño de un brazo humano, de una madera entre verde y amarilla, que descansaba bajo el agua entre las rocas. Al parecer lo había traído el río porque hasta el día anterior allí no había nada.
-¡Miren! Dijo el gallito. Es el báculo del poder. Y lo tomó alzándolo como si fuera un antiguo guerrero.
Todos observaban curiosamente aquel báculo. Esta aparición significó para todos un gran acontecimiento, por lo cual inmediatamente fueron y lo colocaron en el rancho, justo debajo de la máscara que habían colgado días antes en la parte central del living. Esos pocos días allí habían bastado para que este grupo de jóvenes alcancen la más ferviente idolatría por las cosas que aparecían de manera mágica. Adoraban a la máscara y ahora al Báculo. Habían aprendido a entablar una comunicación silenciosa con los seres de la naturaleza.
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