por Azrael
El Prodigio
Capítulo III - Parte 4
Confundido y abatido, Sachiel miró a Anael como suplicándole que lo dejara terminar con lo que había empezado; sus ojos estaban ya enrojecidos de tanto sollozar. Sachiel se dejó caer, impotente frente a la posibilidad que Anael, uno de sus mismísimos hermanos en el arte de la magia, le había quitado. Arrodillado, hundió en sus manos su rostro humedecido por el llanto. No entendía cómo un hermano de su misma fraternidad espiritual le negaba tan altruista acto. Cuando Sachiel ya no abrigaba esperanza alguna, y después de un largo espacio de silencio lastimero para su Ser interior, escuchó la suave voz de Anael, diciéndole que levante la vista. Sachiel así lo hizo, a pesar de su dolor, y vio cómo su colega le sonreía. Esto aumentó la confusión de Sachiel, que ya no sabía qué pensar. Acto seguido, apareció, al lado de Anael, otra figura similar a la de ellos dos, aunque casi con la totalidad de sus ropas de un color dorado claro, con una especie de paño, a modo de cinturón, de color turquesa. Sachiel lo reconoció inmediatamente: era Elemiah, otro de sus hermanos en espíritu. Él miró dulcemente a Sachiel y le dijo que secara sus lágrimas de tristeza, porque ya había demostrado ante ellos dos y ante el enorme resto de sus hermanos celestiales cuán puro e incondicional era su amor por la humanidad y por su adorada Selene. Cuando Elemiah terminó de decir esto, una brillantísima luz invadió el ambiente y, ante los tres magos allí presentes, se presentó un cuarto Ser, ataviado con ropas celestes y rojas, que se acercó a Sachiel. Éste no salía de su asombro al haber reconocido en dicho Ser nada menos que a Uriel, algo así como uno de los jefes en espíritu de los magos. Esto ya le parecía demasiado: era extremadamente raro e inusual que uno de los jefes de los magos se presentara de esa manera, y menos aún en ese plano físico. Uriel, con una voz dulce y pacífica en extremo, le dijo que, por haber demostrado la incondicionalidad y pureza de su amor verdadero, se le había concedido, por intermedio de él, la restitución de la esencia vital en el plano físico de su querida Selene, autorizada por las más altas dignidades celestiales. A Sachiel le costaba creer lo que estaba escuchando, pero en ese momento, vio cómo la princesa abría los ojos y lo buscaba con ellos luego de examinar el entorno. Sachiel y Selene se confundieron en un abrazo lleno de amor, un amor tan grande, tan puro y tan incondicional como sólo dos Seres hechos uno para el otro podrían sentir sin lugar a dudas. Ellos dos eran almas gemelas, y ya no necesitaban de más pruebas para reconocerlo. Ambos habían dado su vida por la del otro, y por una causa justa y noble, más allá de lo personal, en pos de la humanidad.
FIN
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