Soplan Vientos De Cambio...


martes, 8 de junio de 2010

Novela "El Río Oculto" - Capítulo II

por Viento De La Mañana

Novela “El Río Oculto”

Capítulo II
"El Nuevo Hogar"



Luego de aproximadamente una hora de viaje, llegaron al Vado Soria, que era el final del camino. A partir de allí tendrían que atravesar el río, y caminar hasta el campamento. La camioneta se detuvo y todos se bajaron. Allí, en el Vado, estaba el resto del grupo que había venido antes, porque como eran muchos tuvieron que hacer el viaje en dos tandas. Todos se saludaron cordialmente y se dirigieron al campamento. La mujer de la camioneta se fue; pero quedaron en que volvería en unos días para llevar a algunos de los chicos a buscar provisiones; ya que en esa inhóspita región no había ningún mercado para comprar víveres; tan solo una despensa, pero  aparentemente tenía poco y nada. La camioneta partió y el grupo se dispuso a cruzar el río. Su cauce no era grande ni fuerte, pero decían los lugareños que solía crecer de golpe y mucho, por lo cual, no había que subestimar su tranquilidad. Cruzaron el río y se dirigieron al campamento. Una parte del primer grupo se había encargado de buscar un lugar. Cuando llegaron, todos se sorprendieron de lo que tenían en frente: un rancho muy bien construido, rústico pero grande y confortable. Estaba hecho justo debajo de un gran algarrobo, y al parecer no tenía dueño. Adentro tenía un ambiente amplio con grandes ventanales, una cocina a leña, bajo mesada, una mesa grande, una pequeña, y sillas de bar en perfecto estado. Les causo gracia pensar que ellos, que venían  escapando de la locura urbana, iban a vivir de repente como en un bar, que bien podría haber estado en San Telmo. El rancho era tan grande que todos entraban perfectamente. En total sumaban catorce.  Luego de realizar los brindis  pertinentes, en honor al nuevo hogar, cada uno a su tiempo se fue a armar la carpa, por los alrededores del rancho, que con el correr de los días se iría convirtiendo en una especie de ágora. Luego cada uno se entregó a las actividades que el lugar ofrecía: nadar en el río, caminar por el monte, leer, cocinar panes, hacer artesanías, etc. El día fue avanzando y el atardecer se ceñía sobre las montañas. La noche comenzó a insinuarse y junto con ella, la música de los tambores se hizo presente. Al menos la mitad de los integrantes del grupo eran músicos, por lo cual, canciones era lo que no faltaría por esos días. Encendieron un fuego un poco alejado de la orilla del río, y la noche comenzó a llenarse de ritmo. Tímidamente algunos comenzaron a moverse en derredor del fuego al compás de los tambores. De pronto, Juan, el más joven del grupo se detuvo en seco, como si hubiera escuchado algo extraño. Su rostro indescifrable hizo que todos se detuvieran para saber que le pasaba. Estaba pálido, pero no era terror lo que había en su expresión, sino más bien incongruencia.
-Escuchen, escuchen. –dijo con voz queda y mustia. Un silencio absoluto se hizo en el monte. Solo se oía el sonido del río; pero agudizando más el oído se podían oír unas pisadas que se aproximaban lentamente. Todos estaban expectantes… y quedaron petrificados, cuando de la oscuridad surgió la figura de un enorme toro negro, que se quedo mirándolos un largo rato. Una estrepitosa carcajada rompió el silencio. Era el gallito, que se enfrentó al toro y lo espanto.
-¿Qué? ¿Le tienen miedo? Es un toro nomás- decía, al tiempo que agitaba sus manos para espantarlo. El toro se fue con la misma tranquilidad con la que apareció, e inmediatamente, todos retomaron la música y el baile. Sin embargo, Juan, seguía con su expresión extraña, porque lo que el escuchaba no eran los pasos del toro, sino pisadas humanas, y en el lugar de donde provenían las pisadas, el no podía ver a nadie. Sin embargo el estaba seguro de que había alguien allí, observándolos… aunque no pudiese verlo. Unos segundos estuvo mirando allí, pero después decidió que sería mejor olvidarse, que tal vez hubiera sido una alucinación auditiva. Tomo su tambor y se sumó al grupo.
Sin embargo alguien observaba la escena desde aquel punto, aunque nadie, ni siquiera Juan, hubiera alcanzado a verlo aún…


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