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domingo, 28 de septiembre de 2014

Reflexiones: "Ídolos de Barro… Ídolos de Oro”

por Uriel

Reflexiones

Ídolos de Barro… Ídolos de Oro

¡Uy, cómo venimos este mes!...
Como se dice en la jerga futbolística, “salimos con tapones bien de punta”.
Ante todo sería bueno comenzar en definir qué se entiende por el calificativo de “Ídolo” y, la Real Academia Española nos ofrece dos definiciones. La 1ra es: “imagen de una deidad, objeto de culto”; y la 2da es: “ Persona o cosa amada, admirada con exaltación”.
Sería bueno conocer ambas definiciones ya que, no son La misma cosa, aunque esencialmente sí.
¿Por qué? Porque en el 1er caso uno puede hacer de una “deidad” inexistente  un objeto de culto, pudiendo construir una imagen del mismo para adorarle como tal, como una quiera, la sienta y la vea. Claro está que siempre habrá extremos en esa adoración, la cual podría llegar a volverse en una adoración fanática sin sentido, convirtiéndose la “deidad" en "ídolo”; y como todo fanatismo tiene sus pro y sus contras; o sea, tener a esa “deidad” como un guía u orientador o “ídolo de barro” que sólo serviría para fantasear con él como solucionador de todas las cosas.
En el 2do caso la cuestión es que, de acuerdo, a quien admiramos con gran exaltación, por sus habilidades, artísticas, sociales, políticas, o bien deportivas o intelectuales, construimos desde su imagen personal otra, que es la de convertirlo en una “deidad”, pero tan sólo es un gran “ídolo de oro”.
No está mal admirarlos como tal en las disciplinas en las que se desempeñan, o sobresalen o se destacan sobre los demás, pudiendo ser algunos más que otros en la misma función.
El problema está cuando creamos desde los medios de comunicación esa imagen de “súper dios” y hacemos de ese súper dios un “ídolo de oro sin esencia”; porque pienso que, porque sea el que más se “destaque y brille” en su disciplina; por ende lo seguimos; y otra cosa es que lo adoremos como un DIOS realmente.
Por lo tanto no construyamos “Becerros o Ídolos de Barro u Oro, cando no lo son, ni tampoco hagamos de esas personas famosas un “Dios”; pues todos somos “humos”, de carne y hueso, con aciertos, yerros y equivocaciones; ya que para evolucionar basta en conocernos a nosotros mismos y así conocer a Dios.


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