Sueños
Serpientes
Voy al desierto. Caminé todo el día para llegar allí, al corazón de las montañas. Un primo lejano al cual no veía hace mucho tiempo es el dueño de esas tierras lejanas. Cuando llego a la casa está atardeciendo. Lo encuentro junto al fuego, sentado, atizando las llamas con una gruesa rama. Me recibe y me quedo allí, mirándolas al atardecer.
El sol poco a poco se hunde en el horizonte, dejando paso a las sombras que se alargan, hasta cubrirlo todo.
La única luz es la del fuego.
Dentro de los ranchos, brillan débiles velas, apenas visibles.
Una serpiente pasa muy cerca nuestro, produciendo un ruido imperceptible, apenas el sonido de su cuerpo rozando la tierra. Me sobresalto, miro a mi primo, pero él permanece en calma.
Me mira como diciéndome: -¿qué pasa? Es una serpiente no más.
Pero no pronuncia palabras.
En realidad en ese momento advierto que no hablamos nada, y que cuando llegué, él me saludó apenas, con un vago gesto que interpreté como un saludo. En otro contexto quizás, hubiera parecido más una despedida.
Tomo conciencia del silencio que nos rodea.
Otra serpiente pasa muy cerca nuestro, y más lejos veo la sombra de otra. Comienzo a incomodarme… A asustarme. Pero mi primo sigue hipnotizado con el fuego. Eso me tranquiliza, sólo un poco.
Nos levantamos y vamos a uno de los ranchos que hay allí, en ese diminuto pueblo. Entramos. Me siento en el catre, hay una mujer y un hombre aparte de mi primo y yo. Nadie habla, sólo nos comunicamos por gestos, miradas, es todo muy telepático.
De pronto veo que una serpiente entra por la puerta. Subo los pies a la cama y espero... Se escurre entre la cama y la pared, salta hacia mí y me pica en la mano derecha. Inmediatamente la tomo del cuello y la aprieto para matarla. Puedo verla bien. Es delgada y verde. Oigo el ruido del cascabel en su cola. Veo sus ojos, su mirada es fría, lejana, tiene la convicción de un kamikaze, que sabe que va a morir y no se arrepiente de haber hecho lo que hizo.
Sin embargo no la mato, la arrojo afuera. Pero otra entra y comienza a escurrirse por los rincones del rancho.
Se oyen más cascabeles rondando por allí.
La desesperación comienza a invadirme. El resto de los presentes parece no temerles. Tampoco les hacen nada. Pareciera que las ellas huelen mi miedo, me atacan.
Mi primo sale imprevistamente. Yo me tomo la mano y observo la mordedura.
Pienso que en unos minutos, tendré una hinchazón irremediable.
No sé que hacer.
Salgo siguiendo a mi primo, a ver donde va.
Todo está oscuro. Hay muchas, no puedo contarlas, y con cada paso que doy en esa oscuridad, aparecen más.
El fuego aún sigue prendido a unos veinte metros de mí, es la única luz que tengo.
A esta altura hay cientos de cascabeles que llegan a mis oídos, como una melodía infernal, de locura y desolación.
Ahora sí estoy desesperado. Mi muerte es inevitable.
Muchas más se acercan picándome en las piernas, en la cadera, el vientre, son muchas. No se si es dolor lo que siento.
Llevo un palo en forma de tenedor para defenderme, pero es en vano, si atrapo a una, diez me pican.
No veo a mi primo, sólo la luz del fogón, las sombras y el deslizar de las serpientes por el desierto.
Pasa un tiempo incierto. Un minuto o una hora, no lo sé. Aún es de noche.
Las serpientes ya no me pican, se alejaron, se fueron, no sé donde. En cualquier parte, el desierto es su hogar.
No sé si estoy vivo o muerto. Sólo veo el desierto.
Ya no tengo deseos de encontrar a mi primo, ni de ver a nadie, mis piernas están bien, no me duelen, tampoco quiero ver si están las marcas de las mordeduras... nada!!!
Ni bien, ni mal.
Es una especie de extraña felicidad, un encantamiento por las estrellas y la noche.
Simplemente me largo a caminar sin rumbo, sin pensar en las serpientes, ni en mi primo, ni en mí. Solo caminar, eso es todo lo que mi ser desea.
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