Dhammapada:
Consejos Del Buddha
Capítulo XXVI
Aquel Que Se Ha Encontrado A Sí Mismo
Capítulo XXVI
Aquel Que Se Ha Encontrado A Sí Mismo
(parte II)
Un Ser que se conoce a sí mismo no puede hacer que otro Ser se conozca a sí mismo: esto sólo puede ser logrado por esfuerzo propio. La verdadera riqueza consiste en ser; pobre es aún el que no se ha encontrado todavía a sí mismo.
Aquel que se ha encontrado a sí mismo, carece de apego, el temor no lo hace temblar, conoce la libertad y la responsabilidad de ser.
Aquel que se conoce a sí mismo, ya no necesita de sostenes externos: él se sostiene por sí mismo.
Aquel que se conoce a sí mismo, no tiene necesidad de ofender y no se siente ofendido. La fuerza reside en él y, aunque un ejército lo derrotara, él no estaría derrotado, pues habría hecho lo necesario.
Aquel que se conoce a sí mismo, ha encontrado la libertad y es libre, es un hacedor, sus defectos no lo atan, es armónico, satisfecho en sí mismo y de las circunstancias, ha encontrado la paz, aun en esta existencia corporal.
A aquel que se conoce a sí mismo, el apego no lo ata como agua sobre una hoja de loto, como una semilla de mostaza sobre la punta de una aguja.
Aquel que se conoce a sí mismo, ya ha puesto fin y ha aprendido todo lo que el sufrimiento podía enseñarle, se ha quitado de encima aquellos pesos que no le pertenecían y ya nada lo ata, ni a este mundo ni al otro mundo.
Aquel que se conoce a sí mismo, ha encontrado el conocimiento de lo profundo y su sabiduría; sólo realiza el camino necesario y ha obtenido el logro.
Aquel que se conoce a sí mismo, no siente disgusto al moverse tanto entre los legos como entre los mendicantes, va a aquellos lugares donde necesita ir o donde lo necesitan, de acuerdo a su justo discernimiento interior: sólo desea lo necesario.
Aquel que se conoce a sí mismo, respeta la necesidad de los otros seres como sagrada, ya sean débiles o fuertes, astutos o inteligentes, compasivos o violentos, materialistas o espirituales, apegados o desapegados, tratando de no interferir en el destino decidido por el otro, para sí mismo.
Aquel que se conoce a sí mismo, es justo con los intolerantes, paciente con aquellos que critican y lleno de Shraddra entre los apasionados.
Aquel que se conoce a sí mismo, ya no necesita de la ira, del odio, del orgullo y/o de la envidia como sus necesarios instructores.
Aquel que se conoce a sí mismo, habla sin traicionarse, instruye orientando y, así, nadie debería sentirse ofendido.
Aquel que se conoce a sí mismo, ya no necesita nada para sí, sino que su necesidad es la necesidad del prójimo, en su justa y necesaria medida.
Aquel que se ha encontrado a sí mismo, carece de apego, el temor no lo hace temblar, conoce la libertad y la responsabilidad de ser.
Aquel que se conoce a sí mismo, ya no necesita de sostenes externos: él se sostiene por sí mismo.
Aquel que se conoce a sí mismo, no tiene necesidad de ofender y no se siente ofendido. La fuerza reside en él y, aunque un ejército lo derrotara, él no estaría derrotado, pues habría hecho lo necesario.
Aquel que se conoce a sí mismo, ha encontrado la libertad y es libre, es un hacedor, sus defectos no lo atan, es armónico, satisfecho en sí mismo y de las circunstancias, ha encontrado la paz, aun en esta existencia corporal.
A aquel que se conoce a sí mismo, el apego no lo ata como agua sobre una hoja de loto, como una semilla de mostaza sobre la punta de una aguja.
Aquel que se conoce a sí mismo, ya ha puesto fin y ha aprendido todo lo que el sufrimiento podía enseñarle, se ha quitado de encima aquellos pesos que no le pertenecían y ya nada lo ata, ni a este mundo ni al otro mundo.
Aquel que se conoce a sí mismo, ha encontrado el conocimiento de lo profundo y su sabiduría; sólo realiza el camino necesario y ha obtenido el logro.
Aquel que se conoce a sí mismo, no siente disgusto al moverse tanto entre los legos como entre los mendicantes, va a aquellos lugares donde necesita ir o donde lo necesitan, de acuerdo a su justo discernimiento interior: sólo desea lo necesario.
Aquel que se conoce a sí mismo, respeta la necesidad de los otros seres como sagrada, ya sean débiles o fuertes, astutos o inteligentes, compasivos o violentos, materialistas o espirituales, apegados o desapegados, tratando de no interferir en el destino decidido por el otro, para sí mismo.
Aquel que se conoce a sí mismo, es justo con los intolerantes, paciente con aquellos que critican y lleno de Shraddra entre los apasionados.
Aquel que se conoce a sí mismo, ya no necesita de la ira, del odio, del orgullo y/o de la envidia como sus necesarios instructores.
Aquel que se conoce a sí mismo, habla sin traicionarse, instruye orientando y, así, nadie debería sentirse ofendido.
Aquel que se conoce a sí mismo, ya no necesita nada para sí, sino que su necesidad es la necesidad del prójimo, en su justa y necesaria medida.
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