Sueños
El Dragón De Piedra
Estoy en las cordilleras. Vamos con mi tío y mi primo al aeropuerto, vamos a volar. Mi tío se sube y con mi primo nos sujetamos de dos cuerdas que penden del avión. Mi tío despega y nosotros vamos volando pero sujetos de la cuerda. No tenemos miedo, es como si no existiera la posibilidad de que nos caigamos. Volamos cerca de las montañas. Los copos de nieve se distinguen muy claramente en las copas de los arbustos, mi tío acerca el avión y podemos tocarlos con las manos. Yo me voy resbalando de a poco y en un momento estoy a punto de caer, pero me amarro nuevamente y seguimos el viaje. Sube un poco más y llegamos al pico de una montaña que tiene la forma de una cabeza de dragón enorme. Nos detenemos un poco allí, todo parece más pequeño, la piedra es antigua, grande, gris…
Regresamos. Aterrizamos cerca de una escuela de campo y en el patio descubrimos una estatua de piedra de unos cuatro metros de alto con la figura de un dragón. Mi tío y mi primo me piden que haga algunos movimientos de artes marciales arriba de la estatua. Me subo a la cabeza del dragón y comienzo a moverme, a realizar algunos movimientos improvisados, espontáneos, como van surgiendo. Allí tomo realmente conciencia del tamaño de la estatua, es realmente grande. Desde abajo me sacan fotos y comienzo a ver la diferencia de percepción. Ellos están divirtiéndose, pero yo, desde mi lugar, no. Estar haciendo Tai Chi Chuan sobre la cabeza del dragón no es un chiste. Sobretodo cuando comienzo a percibir la vida debajo de la piedra, o en la piedra mejor dicho. Me bajo de la estatua y me quedo con el resto de la gente, que para esta altura eran algunas maestras y unas “señoras bien”, que no sé que hacían allí. Entonces el Dragón comenzó a moverse. Voló bajito hasta un techo, y se poso allí. Todos se asustaron. Luego disminuyó su tamaño y voló hasta mí. Yo lo monté y comencé a espantar a las “señoras bien” que habían venido no se a qué. Su piel era la piel viva de un reptil. Luego siguió moviéndose por el patio. Su tamaño ya era menor, como el de un caballo. Entonces comenzó a desmoronarse, pedazo a pedazo iba fragmentándose su cuerpo por el patio. Todos miraban incomprensiblemente. Yo guarde su mandíbula como un tesoro. Finalmente se quedo sentado en la base del mástil de la bandera y sosteniéndose la cabeza con la garra, como indiferente o resignado, dio un discurso sobre el espíritu y denunció la superficialidad de esas “señoras bien”, que ahora me di cuenta, habían venido a hacer negocios con la gente del campo. Luego de esas palabras mágicas se hizo un silencio... todos mirábamos lo que quedaba de él. Entonces se levantó un fuerte viento que se arremolinó en el patio, reunió todas las partes del dragón y éste, ya reconstituido, alzó su vuelo hacia las cordilleras, hacia el horizonte, hacia lo desconocido. Todos nos quedamos allí, petrificados. Ahora las estatuas éramos nosotros, y el Dragón era el único ser realmente vivo en estas deshabitadas tierras.
Regresamos. Aterrizamos cerca de una escuela de campo y en el patio descubrimos una estatua de piedra de unos cuatro metros de alto con la figura de un dragón. Mi tío y mi primo me piden que haga algunos movimientos de artes marciales arriba de la estatua. Me subo a la cabeza del dragón y comienzo a moverme, a realizar algunos movimientos improvisados, espontáneos, como van surgiendo. Allí tomo realmente conciencia del tamaño de la estatua, es realmente grande. Desde abajo me sacan fotos y comienzo a ver la diferencia de percepción. Ellos están divirtiéndose, pero yo, desde mi lugar, no. Estar haciendo Tai Chi Chuan sobre la cabeza del dragón no es un chiste. Sobretodo cuando comienzo a percibir la vida debajo de la piedra, o en la piedra mejor dicho. Me bajo de la estatua y me quedo con el resto de la gente, que para esta altura eran algunas maestras y unas “señoras bien”, que no sé que hacían allí. Entonces el Dragón comenzó a moverse. Voló bajito hasta un techo, y se poso allí. Todos se asustaron. Luego disminuyó su tamaño y voló hasta mí. Yo lo monté y comencé a espantar a las “señoras bien” que habían venido no se a qué. Su piel era la piel viva de un reptil. Luego siguió moviéndose por el patio. Su tamaño ya era menor, como el de un caballo. Entonces comenzó a desmoronarse, pedazo a pedazo iba fragmentándose su cuerpo por el patio. Todos miraban incomprensiblemente. Yo guarde su mandíbula como un tesoro. Finalmente se quedo sentado en la base del mástil de la bandera y sosteniéndose la cabeza con la garra, como indiferente o resignado, dio un discurso sobre el espíritu y denunció la superficialidad de esas “señoras bien”, que ahora me di cuenta, habían venido a hacer negocios con la gente del campo. Luego de esas palabras mágicas se hizo un silencio... todos mirábamos lo que quedaba de él. Entonces se levantó un fuerte viento que se arremolinó en el patio, reunió todas las partes del dragón y éste, ya reconstituido, alzó su vuelo hacia las cordilleras, hacia el horizonte, hacia lo desconocido. Todos nos quedamos allí, petrificados. Ahora las estatuas éramos nosotros, y el Dragón era el único ser realmente vivo en estas deshabitadas tierras.
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