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martes, 28 de junio de 2011

Novela "El Río Oculto" - Capítulo X

por Viento De La Mañana

Novela "El Río Oculto"

Capítulo X

Los Antiguos Habitantes Del Río

Definitivamente, ese era el lugar al cual pertenecía. La experiencia en las “Sierras del Paraíso” lo había confundido. No podía resolver el por qué, habiendo estado en el cielo, no quería ni podía estar allí.
El campamento a orillas del río, con ese grupo de artistas citadinos, era su lugar. Claro que no dejaba de percibir cierta malignidad en aquel lugar y en ciertas personas puntuales, sobretodo en el tarotista y en la serpiente, que se llevaban muy bien en su frecuencia. Además, había algunos lugares con una vibración muy extraña, como la casucha que había visto a lo lejos, empotrada en el cerro, mientras practicaba Tai Chi Chuan. Sin embargo, eso no le preocupaba. La malignidad de las cosas hacía tiempo que había comenzado a serle indiferente, o más bien, él había cambiado el modo de concebirlas; ahora el mal simplemente era lo negativo, lo bajo, lo Yin. Ahora la vida le parecía un juego de luces y sombras, y este campamento no era la excepción.
A esta altura, su concepción del mundo se había vuelto un tanto primitiva, y no sólo la de él, sino que todo el grupo había entrado en una frecuencia más bien salvaje. El pensamiento chamánico era algo que todos respetaban allí. Todos de algún u otro modo habían estudiado o estaban interesados por las culturas precolombinas. Algunos, incluso, se habían tomado el trabajo de investigar qué tribus habían habitado esos valles en los que ahora ellos estaban vacacionando. Al parecer, eran unos indios pacíficos que vivían en cuevas y no construían templos ni grandes edificios, porque adoraban a la naturaleza desnuda. Cuenta la leyenda que habiendo avanzado los españoles por aquellas tierras, y habiendo cercado ya a las últimas poblaciones, los habitantes que aún seguían con vida, guiados por sus chamanes, se arrojaron desde un elevado precipicio, para abandonar este mundo, siendo que en ese salto, ellos, en su cuerpo sutil, entraron juntos al otro mundo, donde “el blanco” no pudiera alcanzarlos.
Todos daban crédito a esta leyenda sin ninguna duda. Algunos reían, pero siempre con buena voluntad y respeto. Muchos del grupo habían viajado por el mundo y habían tenido contacto con leyendas similares y personas extravagantes. Habían estado por el Congo, la India, Estados Unidos, Europa, México, y habían trabado contacto con la doctrina de las dimensiones paralelas.
Era de día. La monotonía de la vida en el río no empañaba, sin embargo, el asombro por cosa del lugar, que cuanto más familiar se volvía, más maravillosa parecía. El chico más lindo interrumpió corriendo y gritando en la cocina, con toda la cara pintada con rayas grises. Había fabricado una pintura con agua y cenizas, y se paseaba por todo el campamento diciendo que era un indio. El filósofo había notado que en las ramas de los árboles había atrapa sueños colgados y quiso hacer uno él también. Juntó unas cuantas raíces, las trenzó y formó un círculo. Luego buscó hilo y se propuso hacer un entramado, pero se dio cuenta de que le faltaba una tijera. Miró a su alrededor y vio a la mujer que canta a unos metros de él. Ella se preparaba para ir al pueblo. La noche anterior habían estado hablando muy amistosamente al calor del fuego, cuando ya todos se habían ido a dormir. Hablaron sinceramente de sus vidas. Y aunque no llegaron a revelarse secretos íntimos ni mucho menos, la sinceridad de aquella conversación era algo que no había pasado inadvertido para el filósofo. Incluso había pensado en algún momento en invitarla a dormir a su lecho, pero no lo hizo. Algo le dijo que no era el momento. Sin embargo, podía percibir su alma de manera tangible, tanto que, por momentos, le parecía tocarla con sus palabras y sentir su mirada sobre el corazón. El río había refinado su percepción… y ahora, frente a ella, la voz le temblaba un poco.
Cuando ella vio el círculo de raíces se lo quitó de la mano, tomó la tijera, el hilo, y se puso a hacer ella misma el atrapa sueños.
-Nunca hice uno de estos- decía -pero parece divertido.
Cortó ocho hilos y realizó en el círculo una estrella de ocho puntas perfectamente simétrica.
-Sos una mentirosa, dijo el filósofo, ¿Cómo puede ser que no habiendo hecho nunca un atrapa sueños, te haya salido tan perfecto?
-En serio, respondió ella, es mi primera vez ¡ja, ja ,ja!
-Entonces, dijo él, quizás en alguna vida anterior éramos indios y nos la pasábamos haciendo estas cosas.
Ella reía, dulcemente halagada, y él la miraba admirado por la habilidad de sus manos. Había una conexión natural entre ellos, él tocaba la guitarra y ella cantaba; sabían los mismos temas, al punto que sin ensayar las canciones, les salían perfectamente. Luego sucedió lo del fogón. Ahora el atrapa sueños. Ambos comenzaron a percibir que algo estaba cambiando en su vínculo. Una vibración de otro tiempo comenzaba a filtrarse en los insterticios del presente.
De pronto llegó el chico más lindo con la mujer cebada, todos pintados. Otros se sumaron a la pintada y de pronto el campamento entero se transformó en una especie de tribu. La mujer que canta comenzó a pintarse también, mientras el filósofo la observaba sentado inmóvil como una estatua. Entonces sucedió lo que de alguna forma ambos estaban presintiendo: ella, luego de unas líneas hechas al azar, comenzó a trazar líneas precisas en todo su cuerpo. Su mano no dudaba en los trazos y en poco minutos su cuerpo estaba totalmente pintado. Era un diseño hermoso lleno de figuras geométricas, que el filósofo miraba extasiado, ya que encontraba un significado oculto en cada trazo, representando para él el significado síntesis del universo entero. Entonces llego el turno de pintar al filósofo. A esta altura todo brillaba a su alrededor. Los ojos de la mujer que canta estaban henchidos de amor y para ambos la vida cotidiana había quedado atrás. Ahora todo era como una burbuja arrojada al espacio infinito en cuya superficie de jabón se reflejaban los árboles, el cielo, las nubes, como imágenes de un sueño muy real. Ella lo pintó. Ambos estaban en silencio.
-Definitivamente fuimos indios en alguna vida anterior, pensó él, y vivíamos así. Nos pintábamos el cuerpo, cantábamos, bailábamos y hacíamos atrapa sueños…
Ella reía con dulzura, pues había captado telepáticamente las palabras de su compañero. Otros pintados se acercaron, corrían, cantaban y bailaban. El hombre que pregunta tomó los tambores y largó con un ritmo totalmente irresistible, tanto que hasta una estatua se hubiera movido. Alguien gritó:
-¡Al río!
Todos salieron corriendo y se tiraron desnudos, ante los ojos sorprendidos de algunos turistas desprevenidos. Se dejaron arrastrar por la corriente hasta unas rocas lejanas. El sol ya comenzaba  a ocultarse y alguien gritó:
-¡Ahhhhhh!
Otro lo siguió y el atardecer se llenó de gritos al sol. Eran gritos de guerra en la paz y respeto por el sol. Era una forma inocente que estos artistas habían encontrado para saludarlo.
El atardecer caía nuevamente en el río. El rosicler del ocaso teñía las aguas de rojo, asemejándola con la sangre. Y los jóvenes desnudos bañándose en esa sangre silvestre gritaban saludando al sol. Por el interior de sus almas simplemente fluía el río y ellos fluían inocentes en el alma del río, ambos Río y humanos, dirigían sus anhelos más profundos al Sol, que desde lo alto les decía en el idioma del silencio:
-Nada hay superior a mí y yo soy ustedes. Mi luz, que vivifica todo el universo, mana de la fuente secreta que está en cada uno de ustedes. Estrella soy, y soy cada uno de ustedes. Estrella es cada uno vibrando en la eternidad, con llama infinita de vida, que es simplemente vida.
Todo el monte se magnetizó con la vibración inaudible de la naturaleza. El Sol parecía haberse detenido en el cielo. Era de noche. Nuevamente encenderían el fuego ceremonial. Cada día que pasaba era un paso que cada uno de estos visitantes daba hacia el pasado, que imperceptiblemente comenzaba a filtrarse en el presente.


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