¡Todo Bien!
Es muy común hoy en día que, cuando nos saludamos por la mañanas, al levantarnos o encontrarnos en la calle con alguien, o al llegar a nuestro trabajo, que nos preguntemos, ¿qué tal, cómo estamos hoy?... como también, ¿qué tal, todo bien?... por supuesto que la respuesta no se hace esperar y decimos ¡sí, todo bien!...
La verdad es que es una sana costumbre para los tiempos en que vivimos, ya que forma parte de nuestro ser bien educado, más allá de decirnos ¡qué tal, buen día!...
Pero la gran mayoría de las veces es una expresión que deja de ser un saludo, ya que la misma, la mayoría de las veces está teñida de una actitud molesta e intimidatoria, porque no estamos bien, y a pesar de todo nos tomamos unos segundos y respondemos con poca ganas ¡”sí, todo bien”!... acompañada de una falsa sonrisa.
¡Qué pena me da!... pareciera que fuésemos cobardes e incapaces de decir ¡”no, todo mal, o regular o tratando de estar bien”!...Dado que por lo general no se está bien todos los días ni todo el tiempo; pues nadie es una máquina, a pesar de que ni ellas mismas siempre funcionan bien, ese es otro tema. Lo más triste es que detrás de esa respuesta afirmativa, muchas veces, solemos esconder, nuestras tristezas, nuestros fracasos, nuestra falta de humildad, sinceridad, honestidad,… escondemos, también nuestras miserias, nuestras desgracias y lamentos.
Muchas veces me da impresión de estar haciéndolo a propósito el no querer reconocer lo malo o regular que a diario nos sucede.
¿No será mejor responder lo justo o decir lo correcto de acuerdo a nuestro estado de ánimo y lo que nos cala hondo en el alma y el espíritu, sin que los demás se sientan agradecidos?...
¡No sería más agradable para nosotros y quienes están a nuestro lado, darnos a conocer tal cual somos, aunque muchas veces callemos o no digamos lo que nos sucede y no por “ser o tener mala onda”!...Callar nuestras miserias y sonreír todo el tiempo diciendo o respondiendo “todo bien”, no nos mejora la vida, ni nos hace menos cobardes o más “piolas”… sino que, nos hunde cada minuto, cada hora y cada día más, en nuestra paupérrima felicidad.
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